El cochecito del día a día
9 de agosto de 2024

Dios propone y el sexo dispone

Vivimos en medio Mundo unos años de auténtica revolución sexual. Para mí, afortunadamente, ocurrió por fin. Y medio Mundo es poco. El deseo de libertad y la tolerancia social en el ámbito de las relaciones sexuales han roto por fin el cristal de la salida de emergencia. Roto sin martillo, por pura presión en el ambiente. A favor o en contra, es innegable que un altísimo porcentaje de personas estaban reprimidas en este sentido. Y hoy, libres, se manifiestan todo lo que pueden para sincerarse y gritar: “Lo que teníamos, no era lo que queríamos”. Y es que ¿a quién se le ocurre pensar que en su propia sexualidad, y en su forma de entenderla o disfrutarla, un ser humano no pueda hacer consigo mismo lo que quiera? Hoy, los conceptos más serios sobre salud hablan del placer sexual como parte necesaria. Placer sexual. Pero parece que “religiosamente” obtener placer sin más no es suficiente motivo para poder tener relaciones sexuales sin “pecar”. Aparte de rezos y plegarias, no detrás sino delante de prohibiciones divinizadas, el placer sexual por sí mismo es considerado hoy en día por la ciencia como imprescindible para conseguir un equilibrio saludable, físico, y sobre todo mental. Y en la sexualidad cada uno sabe lo que le produce placer. ¿O se lo tienen que explicar los que se han autoproclamado representantes de Dios? Libertad y relación sexual son para mí términos inseparables. Y decisiones que sólo puede tomar uno mismo, por derecho y por lógica. La sexualidad es la parcela más privada de la persona. Pri-va-da. Sin restricciones, sin prohibiciones, sin pecados “catalogados”. Sin limitaciones sobre los propios deseos que a nadie más le importan. Lo diga la religión que lo diga, y lo mande el dios que lo mande.

Además, me resulta curioso que aunque hasta ahora no he visto a ningún dios pretendiendo organizar la sexualidad de una persona, sí que lo he visto en las religiones. Y puesto que no me han presentado a ninguna religión con boca para ordenar mandamientos, ni brazos para ejecutar castigos, tiendo a pensar que siempre se esconden detrás del parapeto místico seres de chicha y hueso como yo, normales y corrientes, pero con ganas de entrometerse, en nombre de Dios, en la vida íntima de los demás aunque cierren las puertas de sus casas. Parece que algunos se sienten con derecho a regular el disfrute sexual de los otros, esa forma de relacionarse que dos personas eligen libremente, la mayoría de las veces entre cuatro paredes y sin molestar a nadie. Los que se dicen religiosos han pretendido siempre convertir en pecado los comportamientos sexuales que no les han parecido “a su gusto”. Porque sí. Porque esa es su opinión. Ya está. Como si ellos no tuvieran nada que ver y todo les viniera dictado por la voz de voces, la que siempre dice la verdad y siempre tiene la razón. La que sólo ellos han oído. La que retumba. La que tiene solemnidad. La que manda. La incuestionable. La de Dios. No comprendo qué miedo tienen los religiosos a que las personas obtengan placer del sexo. Placer simplemente, placer puro y duro sin más. Un placer tan intenso y agradable, físico y mental. Sin objetivos existencialistas ni interpretaciones espirituales. Un bienestar tan sencillo y tan fácil de conseguir ¿Por qué no? ¿Por qué les molesta? ¿Por qué se entrometen? ¿Por qué quieren ver, opinar y decidir sobre lo que pasa hasta en tu cama? ¿Por qué siempre tienen que estar al plato y a las tajadas hasta ese punto, hasta debajo de tu almohada y dentro de tus sábanas? Criticando. Juzgando. Inhibiendo. Prohibiendo. ¿Quién les ha dado derecho ni siquiera a mirar lo que ocurre cuando nos desnudamos junto a quien queremos? Pues sí, ante eso, revolución. Me solidarizo con los que dicen “no me da la gana”. Y como he empezado termino. Vivimos en medio Mundo unos años de auténtica revolución sexual. Para mí, afortunadamente, ocurrió por fin.

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