El cochecito del día a día
Ojos que brillan mirando a otros ojos a su lado. Manos que acarician manos con ternura. Cuatro brazos que se enredan. Dos pechos que se aprietan. Mejillas que se rozan, y se rozan, y se rozan. Pulmones que suspiran. Latidos fuertes. Besos que arden. Y tú, y yo. Y nadie más importa. Ya nada más importa. Ya nada más… importa.
Que no. Que te equivocas. Que aquello ya pasó. Ahora el niño llora. ¿Vas tú?. Antes fui yo. Es que estoy con lo de la hipoteca. Ufff, yo estoy agotada, acabo de recoger. Yo trabajo, ¿sabes?. Perece que llora mucho ¿no?. Ya voy yo. ¿Vas tú? ¡Que sí coño!, ¡ya te he dicho que voy yo!… como siempre…
¿Te vale como resumen?. ¿Suficientemente ilustrativo?. ¿No te parece realista?. Por supuesto que no es lo mismo parejita linda que familia jodida. Pero es que las parejitas lindas maduran en familia jodida. Siempre. Más o menos jodida, pero siempre jodida. Es una reacción química de los ciclos biológicos esos. Una ley de la física. Se cumple sí o sí. Esa es la verdadera “fuerza de la gravedad”, y no la de la manzana de Newton.
¿No es lógico pensar que compartir algo debería unirnos más?. Pues no. Compartir no une, divide. No nos acerca, nos distancia. Nos enfrenta curiosamente porque cada persona opina diferente sobre cómo llevar las cosas, cada uno seguro de sí mismo convencido de que lleva la razón, y el otro quitándosela. El día a día no para, lleva mucha velocidad y nunca frena. ¿Te imaginas conduciendo tu cochecito a tanta velocidad por el centro de una gran avenida vacía? Todo ese espacio sólo para ti. Tus manos sobre el volante. Todos los semáforos verdes. No hay ni un peatón. Ningún otro vehículo, ni siquiera aparcado. Han cortado y limpiado la calle para que circule sólo un cochecito a toda velocidad, el tuyo. Ningún otro. Ningún obstáculo. Nada que implique peligro. Sólo amplitud, libertad y seguridad en una avenida tan recta y tan ancha. Qué bien va todo. El cochecito vuela suavemente sin ningún riesgo sobre el asfalto por el centro de la tremenda vía totalmente despejada. Los portales y escaparates pasan hacia atrás a toda velocidad dándote esa sensación de agilidad tan agradable. El aire entra por las ventanillas abiertas rozándote el pelo y permitiéndote disfrutar aún más. ¡Qué gustazo!, ¿no? ¿Cómo lo ves?. Genial. ¿A que sí? Y sólo hay una condición. Sólo una. Tienes que compartir el volante con tu pareja. Ella también lo puede mover. Lo tiene que mover. A la vez que tú. Oye. ¿Es que te pasa algo? No sé, parece que las sensaciones que tenías leyendo las últimas líneas han cambiado un poco. ¿Miento? Tampoco es para tanto. Sólo tenéis que poneros de acuerdo para mover el volante. Un poco a la derecha, un poco a la izquierda. Ya sabes que este cochecito no se para, ni frena. Pero bueno, la calle es súper ancha y está vacía. Es cierto que tu pareja estira instintivamente un poco hacia su lado. Pero no pasa nada, tú puedes hacer lo mismo hacia el tuyo para equilibrar. No hay peligro. El cochecito corre en línea recta por el centro de la vía. Juntas un poco los párpados para poder leer algo que pone en un cartel luminoso lejano. Poco a poco os vais acercando al letrero, ella estirando del volante hacia su lado y tú hacia el tuyo. Por fin consigues leerlo. Pone… ¡circulación restaurada!. Sí, el día a día es así de capullo. Al principio parece lindo, como la pareja de los suspiros. Pero luego se vuelve jodido, como la familia del niño que llora. Y la calle vacía se llena de problemas, problemas que hay que superar entre dos con un solo volante. Situaciones complicadas que no controláis. Se producen y evolucionan solas y de forma inesperada. Un autobús urbano está saliendo de la derecha invadiendo tu carril. Tu pareja empuja el volante hacia la izquierda mientras tú ves en el espejo que una furgoneta está empezando a rebasaros por ese lado. Aprietas el volante para conseguir mantenerlo firme en contra del deseo del acompañante que elegiste para vivir, que asustado por el autobús sigue apretando para dirigir el cochecito hacia la furgoneta que él no ha visto y tú sí. El cochecito del día a día no para, no frena. Haces más fuerza sobre el volante mientras alguien pita impertinentemente, irritante. La calle se ha llenado con una circulación complicada. Los aparcamientos se han ocupado con otros vehículos, de los que se abren y se cierran puertas sin cesar. Salen personas que a veces amenazan con cruzarse. Mil motocicletas hacen eses por delante y por detrás de vosotros. Algunos semáforos han empezado a ponerse amarillos, e incluso algunos rojos. Sí, en el día a día hay algunos semáforos rojos y el cochecito no se detiene en ellos. Y hay que pasar esos cruces en rojo, venga lo que vega, toque lo que toque, sujetando el volante entre los dos hacia el lado del que más pueda. Protestan los peatones que iban a cruzar por el paso de cebra porque casi los atropelláis. Os pasan rozando automóviles que venían por la otra calle, y pitan y pitan protestando porque ellos sí tenían su semáforo en verde. Tu pareja estira del volante hacia donde cree que es mejor, tú hacia el otro lado porque piensas que está equivocada. Te grita. Le respondes. Os vais poniendo nerviosos. Ya no la quieres tanto. Los dos intentáis llevar la iniciativa convencidos de que tenéis razón. Otro luminoso. ¿Qué pone?. Obras, se estrecha la calzada. ¿Por qué estira tanto hacia aquel lado si está claro que hay que echarse para éste? Haces más fuerza. Te vuelve a gritar y hasta te insulta. Le contestas igualmente. Pero no os enfadéis hombre. Sólo tenéis que hablar las cosas. ¡Jolín!. Poneros de acuerdo hacia donde torcer el volante del cochecito del día a día, y ya está. Ah, que no hay manera. Ya.
Bueno, ya sabemos todos que esto es una exageración. En el día a día familiar tampoco hay tantas teclas para crear desacuerdos ni enfrentamientos en una pareja. Si acaso un mocoso que tiene fiebre y habría que llevarlo al médico, o no.
Quizás sólo darle Apiretal y ya está.
Hay que taparlo bien que está malito.
O tal vez esté mejor destapado y fresquito.
¿Con esa fiebre?, de eso nada.
Si es niño ¿por qué le pones pijamas rosas?
Eres un machista.
Pues no.
Sí que lo eres. Acuéstalo ya que es tarde.
Déjalo más tiempo, que está entretenidito.
Los niños tienen que descansar más.
Hombre claro, y que se despierte de madrugada harto de dormir. Ponle una peli y que se calle.
No, que es malo tanta tele. Acuéstalo. Que además vienen mis padres a cenar.
No jodas, ¿otra vez?
¿Es que te molestan?
A mí no pero… joder.
Siempre estás igual. Quejas y quejas.
Porque no salen de aquí.
Es que son mis padres.
Me gusta mi intimidad.
No dices eso cuando es tu hermano el que viene.
No es lo mismo.
¿Ah nooo?.
No, tu padre se mete en todo.
Más se mete tu madre y no digo nada.
¡Ah!, ¿qué no dices nada?, pues menos mal. ¿En qué se mete mi madre?, a ver.
Ufff, hasta en el color de los muebles.
Claro, porque son horribles.
Fuiste tú quién no quiso cambiarlos cuando compramos el piso.
¿No te jode?, porque no nos llega.
Pues para tus caprichos parece que sí nos llega.
¿Me estás acusando de algo?
¿Tú qué crees?
Pues no sé, dímelo tú, será de que soy el único que trae dinero a casa.
Que puñaladas más feas.
Las que das tú.
No tengo culpa de que me hayan despedido.
¿No la tienes?, no sé… Otra vez el niño. ¿Qué le pasa ahora?.
Algo tiene, ha vuelto a vomitar.
¿Y eso?
No come. Lo vomita todo, está enfermo.
Lo hace aposta. Se provoca el vómito.
Hombre claro, porque tú lo digas.
Porque yo lo digo no, porque tú lo tienes consentido.
¿Que yo lo consiento?
Tú dirás, o será porque está malo por lo que nunca recoge la habitación y ningún día hace los deberes.
A lo mejor lo que pasa es que no estás en casa suficiente tiempo como para verlo.
Es que tengo obligaciones, no como otros…
Sí, y bares y amigotes que visitar.
Que sí, que sí, será eso, pero un azote a tiempo… pero claro, al niño no se le puede ni tocar…
No me hace caso porque tú me desautorizas delante de él.
Claro, culpa mía.
¡Bueno vale ya!, que hay que llevarlo a urgencias.
Pues llévalo tú que eres quien piensa que hay que llevarlo.
No sé conducir tu “co cha zo”.
Pues píllate un taxi.
Nos hace falta un coche más chico, más normal, que lo pueda llevar yo.
No hay dinero, ya te lo he dicho.
Me agotas.
No me lo jures, si te lo vengo notando hace meses que estás agotada.
¿Qué quieres decir?
¿Hace falta que te lo explique?, ya ni me acuerdo si tenías el chocho entre las piernas o en el sobaco.
Eres un grosero.
Mira la jet set.
Pues te la meneas tú, imbécil.
Ahora dime tú, que en el cochecito del día a día, las parejas no se dicen estas cosas con frecuencia. A mí casi me parece más fácil lo de llevar el mismo volante por esa gran vía de circulación restaurada que organizar una casa en común. Aun a pesar de las obras y de que se estreche la calle. Todo se desmorona cuando el cuento de hadas se deshace. Se puede sentir verdadera soledad en una casa viviendo junto a quien te exige, junto a quien siempre quiere llevar la razón, no se muestra nada flexible, te otorga obligaciones, no valora lo que haces y da poco a cambio. Familias jodidas por tensiones que provocan el cuidado y la educación de los hijos, por una economía en común que siempre da traspiés, por relaciones familiares paralelas pero incisas que cortan y escuecen. Intentos de una organización doméstica siempre desorganizada por el otro. Trabajos estresantes fuera que traen dinamita a casa. Y siempre chocando con quién te frena, con quien te impide, con quién quiere redirigirte hacia su forma de pensar. Con quien en definitiva quiere mandar y con quien tú no estás de acuerdo. Cápsulas explosivas para una linda parejita.
