Lo que sale de la charca
Al día siguiente fue la boda por todo lo alto. En palacio. Sin más demora. El viejo rey no quiso esperar más. Acompañando a la corte real, acudió toda la nobleza del reino para ver el casamiento entre los dos jóvenes príncipes. Nadie quería perdérselo. Ambos relucían y brillaban observados por cientos de invitados. Él, futuro rey, tan alto, guapo, apuesto y elegante. Y ella, futura reina, preciosa, linda, con su mirada pura, brillante y transparente como el cristal de Baccarat. El vals de los recién casados deslumbró a todos los invitados. Nada podía ser tan perfecto. Y empezaron su nueva vida, comieron perdices y fueron felices para…. ¿siempre? Y un cojón de pato para siempre. Ya te he dicho que nada podía ser tan perfecto. ¿Pero quién te crees que soy yo? ¿Wilhelm Grimm o su hermano Jacob? ¿Quizás Charles Perrault? Pues no.
Yo es que soy de ese tiempo en el que las chicas no consiguen nada besando sapos. Para mí este cuento termina efectivamente en “colorín colorado este cuento se ha acabado”, porque después de la traca nupcial “finiquitó el cuento” y empezó la vida real. En mi mundo, si besas a la Bella Durmiente después de casarte, ella de mala ostia te contesta “déjame dormir” sin ni siquiera mirarte. La Cenicienta dejó de fregar en la casa de la madrastra tras su boda, para seguir haciendo exactamente lo mismo en el palacio del rey. ¿O qué te creías? Blancanieves espera cada noche a que el príncipe se duerma, para escaparse a la casita del bosque a acostarse con Gruñón, que es el enanito que la pone. Y así vamos unos y otros haciendo cola en la consulta del psicólogo para tratarnos de “desencanto recurrente” por “expectativas incumplidas” en la caza de la felicidad.
Hoy los casamientos de Majestades y Altezas Reales no hacen personas felices para siempre. Vamos, a la mayoría ni un rato. Y ya a los demás, vulgares mierdas del montón, ni te digo. Ídem de ídem. La “felicidad importada” se cierra con fuerza haciendo un capullo y la mediocridad de la convivencia florece con más espinas que las rosas. Sólo que huele peor. Aunque no está mal lo mediocre, si te lo esperas. Pero si tu ambición era el palacio, y un reino próspero sólo para ti… Si soñabas con florecillas perfumadas de mil colores revoloteando alrededor de tu almohada cada despertar… El problema son sin duda las expectativas de que será otro el que tiene que venir para hacerte inmensamente feliz. ¡Qué desilusión! ¿Pero de verdad alguien se cree algo de los cuentos de princesas?. Pues sí. Así es. Aunque parezca mentira muchos se piensan príncipes y muchas se piensan princesas. Yo creo que es culpa de las abuelas. Se pasan el día llamando “bellezas” a sus nietos y nietas, y los vuelven tontos, haciéndoles creer que son tan, tan, tan, que se tirarán a besar sus pies los pretendientes más selectos para colmarlos de felicidad eternamente. Una felicidad traída de fuera. La fantasía se diluye en la realidad y no deja verla bien. Y a veces también los padres. Mi ex mujer aseguraba que era un hada cuando hablaba con nuestras hijas. Te puedes imaginar el chollaco que puede ser para una niña pensar que su madre es un hada. Y después el batacazo, cuando mamá no es capaz ni siquiera de convertir en medio guapo al novio feo. O cuando las habichuelas no las traen los siervos del castillo, sino que tiene que trabajárselas uno mismo. Así que tras el chasco, a aceptar el fiasco, o a buscar charcas y a besar sapos.
Y eso está pasando. Los más jóvenes besan y besan sapos en una charca de promiscuidad un poco guarra, y lo consideran normal, en espera de la transformación de alguno de ellos en el “nuevo prototipo Real” que les explicó su abuela. Uno que también sea “belleza”, adinerado, inteligente, educado y con palacio, que tenga más utilidad que la habitual de echar un polvo el viernes cuando termina la música de la disco. Alguien que le traiga la felicidad. Pero todo es poco para colmar sueños frondosos. Quizás las abuelas deberían enseñar a sus nietos a ser modestos, a desarrollar entereza, a desligarse de viejos pensamientos de dependencia, a comprender que hay que buscar la felicidad en uno mismo, porque lo que sale de una charca, por mucho que se transforme, vuelve a la charca antes o después. Hoy, los “cuentos de hadas” hay que escribirlos “sin hadas” y con un solo protagonista, tú por ejemplo. ¿Realmente necesitas a alguien para ser feliz? ¿De verdad crees que tienes que buscar a otra persona para que te traiga la felicidad de fuera? La felicidad está ya en ti. Olvida esa antigua idea de que te la tiene que dar otro. No necesitas a nadie. Sólo tienes que dejarla salir. Tu ser, tus ideas, esa forma tuya de saber estar bien aquí y allá. Ese convencimiento de que tienes mucho valor, porque sabes que lo tienes. Esa sensación de que cada amanecer es maravilloso, de que puedes mirar libremente al cielo y al sol, de que puedes recibir la brisa en tu piel, nadar en el mar y pisotear la hierba. Tienes todo lo necesario disponible para ti. Ha cambiado el cuento. Se acabó lo de buscar a quien te haga feliz. No lo necesitas. Ya lo eres. Ahora, si te agrada, puedes compartir esa felicidad tuya con alguien. Pero el enfoque es diferente. Ha dado un giro. Tú eres feliz por ti mismo, o por ti misma. Pero además puedes serlo junto a alguien. Porque sí, porque quieres. Porque os habéis tropezado y le adoras. Porque deseas darte a esa persona. Porque te sientes bien a su lado cada día y deseas seguir así. Si no ha aparecido ya, aparecerá. Aunque estoy seguro de que no saldrá de una charca.
Miguel Ángel Chapó
